El Museo Reina Sofía de Madrid ofrece hasta el 24 de febrero de 2014 una exposición que repasa la obra de Chris Killip (Douglas, Isla de Man, 1946), figura fundamental de la fotografía de posguerra, y cuyo trabajo, centrado en el retrato de las clases obreras en pleno proceso de desindustrialización, se ha mostrado en muy pocas ocasiones en España. La retrospectiva ha sido organizada por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en colaboración con el Museum Folkwang, Fotografische Sammlung, de Essen (Alemania), donde fue expuesta en la primavera de 2012, e incluye más de un centenar de fotografías en blanco y negro que recogen escenas de la vida cotidiana británica entre 1968 y 2004.
A lo largo de estas décadas, Killip se sumergió en las zonas rurales de su isla de origen y del norte de Inglaterra centrándose en retratar con proximidad la vida real de la gente y sus relaciones, tanto sociales como con su entorno. En su obra documenta la topografía de esas áreas y narra el duro proceso de confrontación de sus habitantes con las durísimas consecuencias de una política económica que ignoraba los intereses de la clase obrera británica. “En el admirable trabajo de Chris Killip, la fascinación y el respeto por la vida cotidiana y por la gente han encontrado una expresión que pone de relieve las peculiaridades y diferencias sociales y culturales, cada vez menos visibles en nuestro mundo globalizado”, explica Ute Eskildsen, comisaria de la retrospectiva.
La confusión, el caos, el dolor, ligados a esas circunstancias, son narrados por Killip desde el punto de vista de la experiencia cotidiana, interiorizada por los ciudadanos, y no desde el punto de vista del historiador objetivo, ajeno a los hechos. Por eso, la fotografía de Chris Killip se distingue por su empatía, su aguda capacidad de observación y su implacable proximidad. “Killip reflexiona sobre el trabajo y el tiempo libre —voluntario o no— en una zona que sufre la revolución desindustrial y se enfrenta a la evolución de los empleos industriales tradicionales hacia el nuevo mundo de la alta tecnología. Durante quince años Killip ha observado el inicio y el estancamiento del cambio estructural, ha hablado y ha trabado amistad con la gente y la ha fotografiado con empatía. A diferencia de Walker Evans, una figura importante para él, Killip ha mantenido otra distancia o, más exactamente, ha entablado una relación más íntima con las personas”, analiza la comisaria de la exposición.
Sus primeros años
Nacido en 1946 en la isla de Man, Chris Killip comenzó su carrera en Londres, en 1964, como ayudante del fotógrafo de publicidad Adrian Flowers. Durante un viaje que realizó a Nueva York, en 1969, tuvo la oportunidad de ver su primera exposición de fotografía documental en el Museum of Modern Art- MoMA. Le impresionaron tanto las posibilidades del medio que decidió abandonar su carrera de fotógrafo comercial. Así, inspirándose en la obra de importantes fotógrafos documentales de los años treinta, como Paul Strand, Walker Evans, Bill Brandt o August Sander; pero también en la renovación del género que tuvo lugar en la posguerra de la mano de figuras como el suizo Robert Frank, Killip comenzó a fotografiar, a finales de los sesenta, los rostros y los paisajes de su isla natal donde se estaban produciendo tremendos cambios sociales.
Chris Killip pertenece a la generación de fotógrafos que, iniciados en el fotoperiodismo y, en su caso, en la fotografía publicitaria, abren un camino independiente desde los años setenta a través de su compromiso con los cambios en el entorno social y el uso decidido de la cámara como herramienta política.
Las instantáneas realizadas en esta época se incluyen en las dos primeras series de la exposición. El retrato es el género que sirve de hilo conductor en la obra de Killip, que la atraviesa y unifica. En la primera sala de la muestra, la serie Retratos (Portraits) abarca las imágenes tomadas entre los años 1969 y 1981, mostrando la evolución del artista con este género. “Desde mi época como fotógrafo mercenario en la playa (mis primeros retratos los hice como fotógrafo de playa en 1964, trabajando a comisión y diciendo “sonría, por favor”), tengo aversión a pedir a la gente que pose”, comenta Chris Killip.
La siguiente serie de la exposición Isla de Man (Isle of Man) (1970-1973) reúne las fotografías tomadas a su regreso a su tierra de origen. La situación política y geográfica de la Isla de Man –es un territorio autónomo pero dependiente de Reino Unido en medio del mar de Irlanda- marcan la idiosincrasia de este territorio donde, en aquellos años, comenzaban a producirse violentos cambios sociales que supusieron transformaciones en la vida cotidiana, hasta entonces anclada en modos de vida ancestrales. “Volví para hacer fotos, mientras trabajaba por las noches de camarero en el pub de mi padre. Las personas que fotografiaba eran mis parientes o amigos de mis padres, aunque lo más corriente es que fueran conocidos de mis abuelos. Así que tenían la impresión de que me conocían a mí”.
El desarrollo de la fotografía documental
La mayoría de las fotografías que se exhiben en esta ocasión en el Museo Reina Sofía se realizaron en las décadas de los setenta y ochenta, un período en el que la desindustrialización cambió la vida cotidiana de un gran número de personas del norte de Inglaterra. Era también el momento en que la fotografía documental recibía una mayor financiación pública. Gran Bretaña fue el país europeo pionero en el apoyo de la fotografía documental independiente y en la nueva definición de este género: con la primera galería, Photographers’ Gallery, a partir de 1971; la constitución de una comisión de fotografía en el Arts Council desde 1973; y las colaboraciones en revistas como Creative Camera en los años 1960 y 1970, la breve e influyente publicación titulada Album desde 1970, y Ten 8 en los años 1980, se desarrollaron importantes foros de debate para la construcción teórica y la práctica fotográfica. La financiación pública de este sector artístico favoreció la valoración cultural de este medio.
En 1972, Chris Killip fue uno de los ocho fotógrafos elegidos por el Arts Council of Great Britain para contribuir a la exposición Two Views – Two Cities (Dos visiones – Dos ciudades). Su encargo se resume en la serie Huddersfield (1973-1974) y se convierte en el preámbulo de su trabajo en el norte de Inglaterra, a partir de su traslado a Newcastle pocos años después. “Huddersfield, con sus fábricas textiles, fue mi primer encuentro con la Inglaterra industrial, y bastante importante para mí, porque me ayudó a cambiar el formalismo académico de la serie de la Isla de Man y a incrementar mi interés por la Inglaterra de la clase obrera industrial”, explica el artista.
El Norte de Inglaterra
Desde principios del siglo XIX, en el norte de Inglaterra se desarrolló gran parte de la industria pesada de minas de carbón, acerías y astilleros proporcionando empleo a varias generaciones y creando comunidades muy cohesionadas. El desmantelamiento del mundo industrial europeo durante la segunda mitad del siglo XX dejó a estas pequeñas sociedades a merced de grandes cambios estructurales. Este periodo de desindustrialización, el creciente desempleo y la precaria condición de gran parte de la clase obrera, revelada con especial crudeza en la década de los ochenta, son los ejes del trabajo que Chris Killip realizó en esta zona del país y que quedan reflejados en las siguientes series de la muestra. Así, la serie Skinningrove (1981-1983) pone de relieve las dificultades de un pueblo pesquero marginal cercano a Newcastle. El propio artista explica su atracción por este pequeño núcleo y comenta las fotos y los personajes que en ellas aparecen en el vídeo que se proyecta en las salas y que se rodó durante una charla que Killip ofreció, en marzo de 2012, en el Centro “Carpenter” de Cambridge (Massachussets, Estados Unidos): “Me sentí atraído por este pequeño pueblo, rebelde, terco y aislado entre Whitby y Middlesbrough, en la costa nordeste de Inglaterra, debido a sus valores, que giraban en torno a la pesca y el mar – explica Chris Killip-. Había gente que, recelosa del lugar, decía: “Skinningrove, ahí es donde se comen a los niños”. Las barcas de pesca se botaban desde la orilla mediante cunas tiradas por viejos tractores de segunda mano. Era una zona con un elevado desempleo y los hombres, además de trabajar en la metalurgia, también se dedicaban a la pesca de langosta a tiempo parcial. Consideraban las aguas frente a Skinningrove territorio propio y se rebelaban ferozmente ante cualquier tipo de intrusión”.
A continuación, la relación entre una hilera de viviendas y unos inmensos astilleros – pegados a las casas y sin embargo inaccesibles desde ellas- se refleja en la serie Astilleros (Shipbuilding) (1975-1981). Esta cercanía entre la construcción de barcos y los astilleros y las viviendas situadas frente a ellos a lo largo del río Tyne, en Newcastle, eran poco comunes y llamaron la atención del fotógrafo. “El trabajo y la vida cotidiana eran inseparables porque todo el mundo podía ver cómo se construían los barcos -por aquel entonces superpetroleros- frente a ellos. En 1975 no tenía ni idea de que seis años más tarde todo aquello habría desaparecido”, comenta Chris Killip.
Por el contrario, las escenas de ocio de la serie Costa (Sea Side) (1975-1977) evocan las vacaciones. Al haber sido fotógrafo de playa en sus primeros años, Chris Killip siente una gran atracción por la costa, especialmente por los lugares de veraneo accesibles y populares entre la clase trabajadora. “Lo que más me interesa es cómo la gente cambia cuando busca relajarse, y se convierte en algo que no es cuando está trabajando o en su casa – aclara el fotógrafo-. Esto tiene que ver con mi infancia en el pub de un pequeño pueblo de pescadores, cuando, de niño, solía ver al carnicero y al panadero y a otros dueños de pubs reunirse los sábados por la noche en la “sala de cantar”. Allí, cuando cada uno cantaba su canción, se transformaba ante mis ojos, y me hacía comprender que detrás había mucho más de lo que yo había comprendido hasta entonces”.
La serie Nordeste (North East) (1975-1988) recoge una recopilación de las fotografías tomadas a lo largo de más de una década, un trabajo en el que Killip entabla relación con la gente y con su entorno, desarrollando una forma de narración fotográfica en la que combina cercanía y distancia, donde se mezclan el estricto documental y el comentario subjetivo. “Llegué a Newcastle en 1975 con una beca de dos años, pero me quedé dieciséis. Me encantaba esa parte del mundo, inextricablemente unida a las industrias pesadas de la revolución industrial debido a su riqueza en carbón y mineral de hierro. La clase trabajadora que habitaba estas ciudades y pueblos era en su mayoría descendiente de campesinos, que en el siglo XIX se habían visto desplazados por la mecanización o por los inmigrantes de la gran hambruna irlandesa, que coincidió con la ola de industrialización del norte. Era gente como mi gente, pero distinta, porque la Isla de Man nunca conoció la revolución industrial. El tiempo que pasé allí coincidió con cambios enormes, por lo que este trabajo puede verse ahora como una crónica de la revolución desindustrial de la zona”, explica Chris Killip.
A 24 kilómetros al norte de Newcastle se encuentra el pueblo de Lynemouth, que cuenta con una mina de carbón en la orilla del mar cuya cuenca se adentraba seis kilómetros bajo el mar del Norte. El carbón se llevaba directamente a una central energética cercana, y allí se separaba la piedra del carbón, tirando la ganga al mar. La marea entonces la arrastraba mar adentro y allí los restos de carbón acababan desprendiéndose. El carbón flota y con el viento y la marea adecuados volvía a la playa. En la serie Carbón marino (Seacoal) (1982-1984), Killip retrata a la gente de este pueblo que se gana la vida recogiendo el carbón que las olas arrastran hasta la orilla. “Cuando vi la playa por primera vez en 1976 pude identificar la industria que había arriba, pero no entendí el resto de lo que mis ojos contemplaban. Había hombres dentro del agua, con sus caballos y carros cerca. Llevaban pequeñas redes metálicas sujetas con un mango que usaban para sacar el carbón del agua. El lugar parecía mezclar varias épocas: la Edad Media y el siglo XX reunidos –comenta el artista-. Era un sitio que tenía que fotografiar”.
Chris Killip también retrató uno de los momentos más decisivos de la historia laboral de toda la posguerra británica: la huelga de mineros del carbón (Coal Miners Strike) (1984). La derrota de los mineros se interpretó como una gran victoria del Gobierno conservador y de Margaret Thatcher. En marzo de 1984, el Consejo Nacional del Carbón anunció que iban a cerrar 20 minas, eliminando 20.000 puestos de trabajo. “La huelga convocada fue inusual porque los mineros no hacían huelga por un aumento de salario sino que luchaban por su derecho a trabajar –aclara Killip-. Las ciudades mineras y pueblos del norte de Inglaterra sólo tienen las minas de carbón, no hay otra industria. Los mineros querían un plan de creación de empleo que ofreciera una alternativa a las minas. Como la postura del Gobierno contra los mineros era ideológica, esta alternativa nunca se hizo realidad”.
Últimas series en el recorrido de la exposición
El mundo laboral queda también reflejado en la serie Pirelli (1989), un encargo de la delegación en Reino Unido de esta marca para fotografiar la mano de obra de la factoría de neumáticos de Burton-on-Trent. Las instantáneas muestran a los trabajadores de esta fábrica en una oscuridad casi total, lo que obligó a Killip a utilizar flash, un recurso que no usa a menudo: “Quería mostrar a los hombres de esta fábrica de neumáticos de la forma más clara posible. Debido a la oscuridad del interior, tuve que usar el flash. Acepté la artificialidad de este recurso y su relación con la moda, el cine negro e incluso con el realismo soviético. Este lugar de trabajo se convirtió, en un sentido muy literal para mí, en un teatro. Yo registraba la perpetua reescenificación de un ritual forzoso con su propia y agotadora melodía, eso que llamamos trabajo”, comenta el fotógrafo.
En la última serie de la exposición, Historia (History) (1990-1996), Killip centra su atención en lugares con gran carga histórica. “En el momento en que haces una fotografía, sitúas aquello que retratas en el pasado, como momento concreto que ya no existe; es historia. La fotografía que practico sucede en un lugar y un tiempo específicos y capta momentos reales de la vida de las personas. En cierto modo, me veo a mí mismo como un historiador, pero no de la palabra. La historia suele escribirse desde la distancia, casi nunca desde el punto de vista de aquellos que la padecieron”, explica el artista.