El nombre de Arthur H. Fellig (1899-1968) es incluso menos conocido que el de Endre Ernő Friedmann aunque este último es el mismísimo Robert Capa mientras que el primero corresponde a Weegee, un excepcional reportero de quien hasta el 5 de enero la Fundación Mapfre expone una retrospectiva que lleva por título Weegee. Autopsia del espectáculo.
Weegee es uno de esos escasos fotógrafos con leyenda, y es muy posible que su pseudónimo sea conocido incluso por personas que no sabrían emparejar su nombre profesional con sus obras, algunas de las cuales es prácticamente seguro que conozcan.
Por cierto, que su leyenda no puede ser más hollywoodense. El reportero independiente que llega al lugar del crimen cuando el cadáver aún está caliente, llevaba una radio de galena en su coche para captar la emisora de la Policía y revelaba sus imágenes y escribía los pies de foto en el maletero. Por si le faltaba algo para resultar peliculero, en 1992 la cinta The Public Eye convirtió su perfil en personaje de cine negro.
Si se me ha venido a la mente el nombre de Robert Capa quizás porque ambos nacieron en el Imperio Austrohúngaro, ambos se crearon un pseudónimo americanizado para venderse mejor, los dos se preocuparon mucho por forjar su propia leyenda (hoy diríamos marca personal), también compartieron la práctica de crear imágenes “representadas” que pasaban por reales (algo bastante extendido durante los años iniciales de la prensa gráfica y las revistas ilustradas). Uno captó las imágenes de la guerra y otro la batalla diaria de la gran ciudad de Nueva York con sus muertos, heridos, desfavorecidos y privilegiados. La gran diferencia entre ambos -me permito ser superficial- es que Weegee tuvo vejez mientras que a Capa se la robó una mina en Indochina.
Con poco más de un centenar de imágenes, Weegee. Autopsia del espectáculo hace una representación no muy extensa pero suficientemente representativa de las imágenes de su primera época, la de la fotografía de calle y sucesos, y una muy sucinta del rumbo que tomó su carrera a partir de 1948. En ese momento, Weggee, harto de lo que había sido su día a día viaja a Europa y luego se marcha a Hollywood. Sigue trabajando para la prensa pero ahora, lejos de la fotografía directa.
En su lugar, realiza caricaturas fotográficas que consigue sometiendo retratos a diversas técnicas de manipulación durante el positivado de la imagen en el laboratorio. Le fue bien también en esta etapa y, gracias a su intuición para lo periodístico, publicó sus retratos caricaturescos en numerosos medios estadounidenses y extranjeros. Para entonces ya estaba respaldado por el reconocimiento que le otorgaba, entre otras cosas, que el MOMA incluyera algunas de obras de su primera etapa en dos exposiciones o que Life y Vogue le hicieran encargos. Pese a todo, su etapa creativa, no llegó a estar nunca respaldada por el reconocimiento de la crítica.
Desde hace quince años (Fundación Telefónica) no teníamos la oportunidad de ver la obra de Weegee en Madrid y esta es sin duda una magnífica oportunidad para que muchos puedan conocer por primera vez o recordar la obra de este valioso reportero.
Puedes encontrar los detalles de la exposición en este enlace: Weegee. Autopsia del espectáculo.